Si imaginamos que somos un neandertal paseando tranquilamente por los campos y, de repente, ecuchamos un ruido que bien podría ser un tigre, en un nanosegundo todo nuestro cuerpo comenzaría a reaccionar. Nuestro pulso se aceleraría, nuestros ojos se dilatarían y nuestro cuerpo comenzaría a producir adrenalina.
Ahora imagine esa respuesta de lucha o huida activa las 24 horas. Hoy en día, nuestros tigres son las redes sociales, el tráfico, la política, el Covid, el dinero, el cuidado de los niños, el cambio climático, el estrés laboral, los dramas familiares, etc. En efecto, los humanos comos básicamente un grupo de neandertales atrapados en ese modo de lucha o huida 24 horas al día, 7 días a la semana.
Como explica el psicólogo Stephen Porges, PhD, en una entrevista con PsychAlive, “Estas respuestas no son voluntarias. Nuestro sistema nervioso está recogiendo información en el entorno, no a un nivel cognitivo, sino a un nivel neurobiológico «.
Nuestro cerebro pensante decide que no tenemos nada por lo que sentirnos ansiosos, por lo que pasamos nuestros días diciéndonos a nosotros mismos que todo está bien mientras seguimos sintiendo los síntomas físicos de la ansiedad en todo nuestro cuerpo. Y lo que es peor, nuestro cerebro pensante puede comenzar a criticarnos y avergonzarnos por seguir estando ansiosos incluso después de que le hayamos dicho que todo está bien.
Cuando nuestro cuerpo tiene una respuesta al estrés, una de las mejores formas de ayudar a que nuestro cerebro de supervivencia se sienta seguro es llamar la atención sobre el lugar donde nuestro cuerpo está en contacto con nuestro entorno. Por ejemplo, tomar conciencia del contacto entre nuestros pies y el suelo o de nuestro cuerpo con la silla: tan pronto como el cerebro de supervivencia percibe la conexión con la tierra, siente seguridad y automáticamente inicia el proceso de recuperación.
Obviamente, cuando estamos atrapados en un momento de ansiedad severa, prestar atención a estos detalles o intentar respirar profundamente puede parecernos casi imposible. En estas situaciones, lo que necesitamos es sacar la adrenalina y el cortisol de nuestro sistema.
Un ejemplo puede ser una buena caminata. Simplemente respirando y siguiendo adelante, durante el tiempo que podamos, siguiendo un ritmo que nos permita sentirnos bien. Aunque dar un paseo suena simple, la actividad física puede ayudarnos a pensar con más claridad, dormir mejor, combatir la depresión y, en general, vivir más tiempo y de manera más saludable.
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