En 1985 Gary Young volvió de Ginebra del primer curso de 4 días que recibió sobre aceites esenciales. Trajo consigo 13 aceites que había comprado allí y se fue directo a Tampa, Florida, a dar una conferencia sobre el tema.
La sala estaba llena. Sin embargo, cuando terminó media hora después solo quedaban 6 personas y uno de ellos le advirtió: “¡deja lo de los aceites o vas a perder tu credibilidad!”
Hubo reacciones similares en sus siguientes conferencias en Boston y en Nueva York, así que empezó a pensar que “quizás el mundo esté listo para los aceites esenciales, pero la gente no”.
Gary, sin embargo, no se dio por vencido y dedicó el resto de su vida a la investigación, para así poder dar suficientes evidencias de los efectos que los aceites esenciales tienen sobre el cuerpo y, como resultado, logró aprender a producir el producto natural y esencial de mayor calidad en el mundo.
De esa manera rindió homenaje y mostró su respeto a quienes habían estado estudiando los aceites esenciales en Europa antes que él y que habían documentado ya muchos de sus efectos positivos.
Aquella conexión que había comenzado en 1984 definió su trabajo, que basó en los de los doctores Paul Duraffourd, Jean-Claude Lapraz y Jean Valnet y que nació en aquel corto seminario en la Universidad de Ginebra, Suiza, que hizo junto con otros 44 médicos de todo el continente.
Gary siempre recordará una idea que escuchó del Dr. Duraffourd en aquel momento:
“Los aceites esenciales contienen la esencia de la conciencia”.
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