Hay una parte funcional e individual sobre cómo percibimos un olor, pero también hay una parte funcional social, que tiene una doble implicación para nosotros: primero la manera en la que percibimos el olor como personas y lo que eso significa para nosotros –si la carne huele mal, no la comemos–, y segundo el aspecto relacional porque asociamos olores a situaciones y a personas –a través de los recuerdos y de nuestro comportamiento–.
Por eso, el intento de construir un modelo que nos permita relacionar todo es muy gratificante, para nuestra mente y para nuestro olfato. El aprender a ir un poco más allá del “esto huele mal” o del “eso huelo bien” nos ofrece, desde nuestra perspectiva, la posibilidad de dar otras dimensiones y significados a los olores, integrando al olfato de forma consciente en nuestra vida.
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Un trabajo consciente
Para que esto suceda tenemos que ocuparnos de poner en práctica actividades físicas e intelectuales, en las que pongamos en marcha el funcionamiento del olfato sin incluir otros sentidos.
Hay muchos esquemas que ya existen, como los de perfumería, o el de los vinos. También los hay menos ortodoxos, como los de la astrología y más tradicionales como los de la Medicina Tradicional china (Madera-Rancio, viejo / Fuego-Quemado / Tierra-Fragante Perfumado / Metal-Pútrido, podrido, fétido / Agua-Acre, caustico, fermentado).
Un buen ejercicio inicial implica trabajar con el kit de inicio e impulsar e insistir en cambiar el lenguaje que utilizamos para explicar lo que olemos, aprendiendo a no caer en los “atajos” mentales de explicar todo desde el punto de vista de otros sentidos.
Desde nuestra perspectiva hay mucho que elogiar de los esquemas ya conocidos, porque no solo dan sentido a los olores, sino que también suelen integrar otros sentidos.
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